Tierra de verracos






    He tardado en decidirme a escribir algo sobre los verracos, esas esculturas zoomorfas que identifican y demarcan geográficamente al pueblo vetton, grandes moles de piedra que parecen guardar silencio sobre los siglos transcurridos ante sus ojos ciegos. 

    No sabemos demasiado sobre ellos, de su presencia misteriosa y constante, y las teorías sobre su significado se suceden en el tiempo sin que ninguna nos acabe de satisfacer, ni siguiera los cronistas romanos, ni visigóticos, ni islámicos nos dejaron noticia de ellos. Hablamos de unas cuatrocientas esculturas realizadas en granito que suelen representar cerdos y toros machos, y también algún jabalí, sin contar los que aún quedan por aparecer. Suelen alcanzar entre uno y dos metros y medio de longitud y su origen podríamos remontarlo a influencias del sureste peninsular donde ya los fenicios esculpían figuras zoomorfas en arenisca o en caliza. Un claro problema a la hora de estudiar estas esculturas es el hecho de no haber aparecido la mayoría de ellas "in situ", es decir, en el lugar donde habrían sido colocadas inicialmente. Aparecen así descontextualizadas en el espacio y de cara a la cronología. Dando pie a múltiples teorías que, aunque no faltas de lógica, han sido permanentemente puestas en entredicho.

    A finales del siglo XIX, un erudito de Plasencia, Paredes Guillén observó que bastantes verracos aparecían junto a antiguas cañadas de uso ganadero, podrían así haber sido puntos de referencia para los ganaderos trashumantes. No es descabellada su teoría, de hecho, las penillanuras occidentales de las dos mesetas y cercanías de Portugal fueron tradicionalmente áreas de actividad ganadera. Cuando más adelante Cabré estudie el castro de Las Cogotas, en Ávila, también hallará una vinculación con la ganadería aunque en un sentido menos práctico, más simbólico. Allí localizó una figura de jabalí y dos de toros que identificó como imágenes de seres mágicos protectores del ganado. En este caso las figuras sí aparecieron "in situ", junto al camino y muy cerca del segundo recinto del castro, que él identificó como un redil para el ganado.

    En los años noventa del siglo XX, es Álvarez Sanchís quien estudiando varios ejemplares aparecidos en el Valle del Amblés, los considerará hitos delimitadores de pastos. Los verracos serían símbolo de estatus económico, señalarían grandes explotaciones agrícolas y ganaderas en manos de aquellos señores que, teniendo en cuenta los objetos aparecidos en las necrópolis, serían también poseedores de armas en el contexto de una sociedad guerrera. El problema de la cronología seguía siendo un handicap para el estudio formal de estas grandes esculturas.

    La finalidad funeraria fue una teoría muy defendida desde el siglo XIX, fue el epigrafista alemán Emilio Hübner quien, percatándose de que algunos verracos portaban inscripciones funerarias romanas en el lomo o entre las patas, alimentó la tesis. También esculturas más pequeñas que recordaban a "perros o becerrillos", aparecidas en contextos funerarios de Moral junto a estelas romanas, nos llevarían a dicha conclusión. Así, podríamos pensar que las representaciones zoomorfas asociadas a inscripciones funerarias romanas señalarían enterramientos del periodo romano. Pero ¿eran aquéllos verracos coetaneos a las inscripciones funerarias o más bien eran esculturas mucho más antiguas reutilizadas por los romanos para fines funerarios?




    Esta pregunta después de más de un siglo sigue en pie, aunque los estudios más modernos apoyan la teoría de la reutilización por los romanos, Álvarez Sanchís apunta que las esculturas más grandes y naturalistas serían prerromanas mientras que las más pequeñas y esquemáticas serían ya romanas y de función funeraria. También un proyecto reciente de investigación organizado por la Universidad Autónoma de Madrid, divide las esculturas de verracos en tres tipos: Un Grupo A de tamaño mayor y más realista, sobre todo representado toros, utilizados como protectores del ganado y campos de la zona. Un Grupo B, de tamaño medio y factura más simple, realizados hacia el siglo III a. C como protección de la comunidad ante invasores cartagineses y, finalmente un Grupo C, como protector del alma de los difuntos. En todo caso, constituían un mensaje perfectamente entendible para aquella cultura perdida. 


Fotografía 1, colección personal de Montserrat Dolz Ruiz.

Fotografía 2,  Miguel Méndez Cabeza.

Álvarez Sanchís, J. R. El país de los verracos. Dossier de Los Celtas en España. pág. 54 y ss.

Martín Valls, R. y Pérez Gómez, P. L., El verraco de Tecla de Yecles, Revista Zephyrus, núm.57, 2004, pp. 283-301.

https://www.elespanol.com/cultura/patrimonio/20200120/verdadera-funcion-verracos-extranas-esculturas-celtas-peninsula/460954170_0.html

Comentarios

Entradas populares de este blog

Bandu, el dios guerrero. El protector.

Navia, la diosa de los valles y las aguas

La "sauna" de Ulaca